Todos los putos dias
Información del libro
Resumen
Todos los putos días es una historia de desamor con uno mismo. La envidia, el odio y la venganza nos dominan hasta que tropezamos con lo único importante para el ser humano: la necesidad de sobrevivir.
Lo que hagas después es cosa tuya.
Todos los putos días es un relato largo, con una estructura cerrada, lineal y compacta narrada en primera persona, en pasado y que sucede en un solo día. Ambientado en Bilbao, en el barrio de Santutxu, la ciudad es, prácticamente, un personaje más pues la autora se siente muy agradecida a esta ciudad, que ya considera su casa, y a las personas que ha ido conociendo a lo largo de los años.
El tema principal es la envidia patológica y su relación con el masoquismo. A veces creemos que envidiar a alguien sólo se refiere a cosas materiales pero los celos enfermizos envidian lo inmaterial, esto es, se envidia a otra persona por cómo es y, a medida que aumenta, se envidia no ser la otra persona. Se deriva así al odio, pues uno no puede cambiar sino en su continuum, como explica Unamuno: podrás cambiar aspectos de tu carácter, pero no convertirte en alguien que no puedes ser. Por tanto, es una proyección del odio hacia uno mismo y entra de lleno en el masoquismo, que puede ir desde sorber la sopa hirviendo al suicidio, pasando por sucesivas etapas de gusto por el sufrimiento absurdo. Lo más aterrador de este tipo de envidia es que nace de la admiración, que se torna en amor, ya sea fraternal o romántico y termina en el odio, como decíamos. Y como tú eres la única persona que va a estar contigo todos los putos días está claro que Irati, la protagonista, tiene un problema que deberá resolver por sí misma o hacer lo que pueda para sobrevivir.
Extracto del libro
NACÍ de una manera teatral y depravada, cachete y pocos lloros, lo que ha malogrado el resto de mi vida. Es probable que lo hiciera en un lugar concreto de Bilbao que mi mente convirtió de inmediato en indeterminado, aunque siempre paralelo a la bruma, las ásperas miradas de los edificios y la quietud de la ría. El viento, suave, golpeaba la persiana. Olía a movimientos laxos, a humedad, no sólo entre mis piernas, a miradas provincianas y a confesiones de teósofos. La muerte de Blanca no me había traído ningún olor concreto y, aunque bajo las sábanas no podía verlos, intuía que había coches aparcados en la calle Santutxu, oía las campanas del Karmelo tocando a muerto y a Manu que preparaba café en la cocina como todos los putos días.
Llora, llora, me decía Manu, pero yo no sentía ninguna pena, más bien rabia, porque no pude devolverle el daño. Blanca sólo podía tener razón y ahora cada pequeño insulto quedará agazapado, ya no alcanzará su yugular porque ha muerto, lo que me alegró por un momento, luego me dio igual. Bueno, habría preferido matarla yo, lo confieso, a ratos sí. Al principio sentía mucho cariño por ella y mi admiración era real, pero después de aquello, algo que sin duda fue impreciso, tuve la sensación de girar como un satélite en la órbita de una gran estrella, ni siquiera sé por qué, lo que terminó por hundirme, ni siquiera sé por qué, y nuestra relación se pareció, cada vez más, a un cielo lejano que ya no podía alcanzar con la mirada. Supongo que me observará desde el más allá con sus ojos de pollo. ¿Qué podría estar pensando? Ella, que siempre tenía una opinión negativa de todo y que sólo veía el lado malo de la vida. Cualquier cosa era susceptible de convertirse en funesta. Todo a su alrededor estaba bajo su control, todos nosotros, todos los días Manu, Jon y yo, le pertenecíamos. Blanca era el centro del círculo, buscaba sin descanso su cuadratura y mostraba sin rubor un veredicto en su pequeño e irrespirable mundillo, pero a nadie parecía importarle, todos la querían, ¿cómo podía ser posible? Este tipo de pensamientos, estas injusticias me llevaban a creer en Dios, a veces de una manera alocada y febril. No podía pensar que después de la aversión que me producía vivir sin comprender si quiera algo a mi alrededor, no hubiera nada más después de la muerte y ese algo, que debía de estar en algún lugar, devolvería a la humanidad la grandeza, repondría el honor de un mundo pervertido por nuestra propia indecencia y que la globalización ha vuelto ínfimo. Porque desaparecido el fin del mundo como ese lugar al que escapar, la sensación de huida ha dejado de conectarse con la lejanía, todo es ya o no será, todo acaba de ser y te lo has perdido. Yo le decía a Blanca o existe Dios y hay algo después o sólo esto no puede ser. Pero Blanca se me había adelantado de nuevo y no tenía modo de darle más explicaciones de mi teoría postmortem ahora que ya estaba muerta.
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